Ficha Ténica:
Título: Laberinto
Año: 2021
Formato: Video-instalación 
En colaboración : Edu Martínez, Natalia Cortés Rocha y Carmen Maturana. Diseño de iluminación: Carlos Torijano y Carlos Celda. Producción de cámara (1): 0pt|ank-|ab. Productor de campo y cámara (2): Ariel Zaldúa. Efectos de sonido (Foley): Juan Gaitán. Masterización: Manfred M. Agradecimientos: al equipo humano de la Cinemateca, Premio y becas obtenidos por Laberinto: en 2022, Premio a iniciativas artísticas y culturales para la Memoria, la Paz y la Reconciliación; en 2021, Beca de Circulación y Promoción de un Proyecto Audiovisual desarrollado con nuevos medios por la Gerencia de Artes Audiovisuales de Idartes; y en 2020, Beca de creación del Ministerio de Cultura.
Laberinto, una video-instalación que se articula en un recorrido de pantallas yuxtapuestas, sostenido por un equilibrio sonoro que emana un efecto de reminiscencia. Esta disposición espacial y sensorial establece una comunicación bidireccional que encuentra eco tanto en el espacio expositivo como en el cuerpo del espectador. Desde allí, se despliega una dimensión conceptual que problematiza cómo la violencia fractura la corporalidad y altera su interdependencia afectiva.
El cuerpo, en este contexto, se configura como portador de una historia silenciada: un testigo vivo de la cultura a la que pertenece. Su gesto habla por sí mismo; su silencio deja el rastro indeleble de una indiferencia histórica. El cuerpo se expone como un territorio en disputa que resiste la clausura del archivo institucional, ese que ha operado como mecanismo de borramiento, donde la violencia ha sido sistemáticamente normalizada y despolitizada.
Laberinto no busca documentar un hecho singular del conflicto armado ni nombrar sujetos concretos. Más bien, pone en escena una episteme del trauma compartido, donde la memoria no se aborda como un depósito inerte, sino como fuerza en movimiento. La obra funciona como un dispositivo estético-político que interpela desde la afección, convocando al espectador a una ética de la responsabilidad. Como lo señala Emmanuel Levinas: “enfrentarse a un rostro es ya asumir una relación que no puede ser neutralizada.”
 
En esta grieta donde el cuerpo se desborda, la memoria se inscribe como acto. Retomando a Adriana Guzmán: “el cuerpo sabe y recuerda”, pero también denuncia y resiste. La violencia paraliza la capacidad transformadora del cuerpo, impidiendo reescribir sus propias condiciones de existencia y bloqueando la posibilidad de agencia.
En este contexto, Laberinto se plantea como un conjuro escénico: una puesta en acto que activa la sensibilidad, guía hacia estados de empatía y propone una reconfiguración de acuerdos. Su gesto busca desactivar los dispositivos que perpetúan el silenciamiento y la desigualdad, abriendo posibilidades para nuevas formas de relación entre cuerpos y subjetividades.
En una Latinoamérica donde los espacios de deliberación política han sido sistemáticamente vaciados de su potencia transformadora, el cuerpo emerge como uno de los últimos territorios capaces de articular una contra-memoria. La fragmentación de la experiencia colectiva genera laberintos internos donde el sujeto, en lugar de encontrar salida, se consume en una lógica defensiva, reactiva, armada incluso contra su propia vulnerabilidad.
PROCESO
El trabajo con los artistas que participaron en la performance fue un ejercicio de exploración consciente del cuerpo y su carga histórica. A través de metodologías provenientes del teatro y la danza, propuse ejercicios sensibles que operaban desde el inconsciente, capturando aquello que emerge sin ser plenamente anticipado. Uno de los momentos más significativos ocurrió con el artista Edu Martínez. En un ejercicio en el que le vendé los ojos y lo expuse a una serie de sonidos, su respuesta frente a un audio de caballos fue inmediata: su cuerpo reaccionó con un gesto de tensión  y al preguntarle posteriormente qué había experimentado, respondió: “Cuando me pusiste el sonido del caballo, sentí que un caballo me arrastraba”.
Esa frase detonó una conexión con la historia de la esclavitud y la violencia contra los cuerpos racializados. Se convirtió en un eje central para la composición de la obra, en un punto de quiebre donde la memoria corporal evidenciaba cómo las violencias históricas persisten en la sensibilidad contemporánea. En ese instante, el cuerpo dejó de ser un ente aislado para volverse archivo, testimonio vivo de una experiencia que trasciende lo individual.

Montaje

La articulación de la videoinstalación  “Laberinto”fue concebido para dos tipos de escenarios en la Cinemateca de Bogotá El primero, en la galeria, un espacio vertical de 233,25 m2 (25,25 m de largo, 7,8 m de ancho y 7,2 m de alto).  El segundo escenario (figura 2), una caja negra de 154,6 m2 (13,3 metros de largo,11,48 metros de ancho y 9,63 metros de altura.