Durante la pandemia de 2020, como parte de la residencia de Proyecto Binario —una exploración colectiva de cuatro semanas en torno al cuerpo y sus formas de atravesar(se)—, surge esta videoperformance desde una vivencia personal de paranoia y alienación, detonada por las restricciones sanitarias y el miedo al contacto humano.

La imagen de abrazos mediados por plásticos en hospitales del mundo entero se convirtió en un símbolo inquietante: un recordatorio de la distancia física y emocional que la humanidad adoptó para sobrevivir al COVID-19. En ese contexto, la imposibilidad de tocar y ser tocado abrió un vacío sensorial. La propuesta responde a esa ausencia desde el cuerpo, explorando el tacto a través de materiales no convencionales como el plástico y el azúcar.

Resuena aquí una frase del filósofo Pablo Maurett: “El sistema métrico propuesto dice cómo los dáctilos (dedos) nos mantienen al ras de piso en medio del conflicto, en la in media res de nuestra existencia.” En esta tensión, las manos se vuelven símbolo dual: posibilidad de encuentro y amenaza de contagio. A través de ejercicios con el azúcar, se trazan gestos que intentan dejar rastros, traducir sensaciones, reconfigurar el vínculo háptico en medio de la sospecha.

La obra culmina en una videoacción donde el cuerpo, envuelto en plástico, se sumerge en una atmósfera de asfixia, lentitud y aislamiento. La respiración se espesa; la membrana translúcida que cubre el cuerpo evoca una costra, un silencio, un umbral. El gesto de abrazar mediado, tenso, suspendido— adquiere una carga ambigua: una frontera que protege y a la vez toma distancia. Entre pliegues y pausas, surge una belleza contenida: la posibilidad de encontrar un cuerpo al final del recorrido.

Más que señalar la pérdida del tacto, la obra propone una reconfiguración de la percepción háptica bajo amenaza. Desde esa distancia, el cuerpo se vuelve archivo sensible, superficie de inscripción y práctica de resistencia emocional.